martes, 10 de febrero de 2015



Hay quienes piensan que vivir en uno de los países más felices del mundo es algo algradable. Se equivocan. En realidad lo hacen...al menos..., desde la perspectiva de aquellos que apreciamos el silencio. Bendito y amado silencio...madre de las preguntas más incómodas e interesantes, fuente de encuentro con uno mismo ya sea para odiarse o amarse, para fabricar mundos, fundirse con sueños y delirios.  

A quienes somo así, suelen decirnos que tenemos un alma vieja, sin color y sin brillo por no hacer parte de las celebraciones que se le hacen a la vida. Quizá sea cierto, pero también lo es que considerarnos uno de los países más felices del mundo, no da el derecho a la falta de respeto con nuestros semejantes.  

Ser...supuestamente tan alegres, esto de estar tapando la miseria de un país social, económica y políticamente deteriorado, se ha convertido en una total excusa que ha echado unas fuertes raíces culturales para armar safarranchos como dicen, encontrando pretextos para colmar de ruido momentos de pensamiento, circunstancia bajo la cual la gente se deja llevar por el descarado "me importa hongo si estoy incomodando a mis vecinos" Esto...es algo que le pone a uno la paciencia a prueba.

Y, aunque si bien...hay quienes dicen "hombre, no le preste atención a eso" se agradece el comentario, pero no se acepta, precisamente porque es por ese conformismo del "pues deje así que se le va a hacer" que las personas se creen que pueden hacer lo que les da gana. Y es que uno se fija...razón por la cual no deja de sorprender, en las polaridades culturales que vivimos. Mientras que en otros países se impone una severa sanción a quien moleste a sus vecinos hasta altas horas de la noche, en esta tropicalísima región, las figuras de autoridad no son más que meras figuras que la gente se pasa por encima. ¡Expertos totalmente en ser inútiles, negligentes y alcahuetas!
 

 

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