martes, 10 de mayo de 2016



De mi mama aprendí...

El estado nervioso de que algo malo ha pasado porque: la persona no ha llegado a la hora concretada. Porque la persona a la que uno está llamando no contesta rápido el móvil. Porque el familiar que hace siglos no se comunicaba, de un momento a otro...llama.

Que no es decente llamar a una casa a partir de las 9 de la noche. Claro que esto se aplicaba a la época en la que aún no teníamos celular. Y ya que menciono las llamadas, también aprendí de ella que el teléfono fijo no da dinero ni fortuna y mucho menos leche como para andar teniendo largas conversaciones por ahí (así uno estuviera reclamando los preciados libros que prestaba a los compañeros de salón...)

Que da mala espina (el famoso pálpito, entiéndase por presentimiento) de que no es bueno salir de nuevo de casa una vez que se le ha pasado la llave a la puerta. Cualquier cosa de la que uno se acuerde haya quedado pendiente por hacer, ya puede esperar al día siguiente.

Pero lo que más aprendí de ella, es que no hay nada como un fuerte abrazo cargado de cariño sincero, de esos que reconfortan, que nos hacen sentir bien y nos permiten...en un suspiro, percibir que por un momento todas nuestras preocupaciones y problemas quedan a un lado.

Y que el despertar a los hijos en la mañana para que vayan al colegio, más que ser un acto de disciplina, se podía convertir en un divertido y tierno momento, ya que a diferencia de papá, su forma de despertarnos (a mi hermano y a mí) era con caricias en el cabello y la espalda, ¡así no se levanta cualquiera! Por algo será que más de una vez se me hacía tarde para asistir a clases. El famoso "cinco minuticos más" era algo que no podía evitar pedirle sintiendo todo su cariño y todo su amor. 

¡Ah! y se me olvidaba dos cosas importantes: la primera es que mamá que se respete, si tiene más de un hijo...no podrá evitar de tanto en tanto confundirles la ropa. En este caso, mi hermano y yo teníamos que revisar cada rato que efectivamente los calcetines de educación física, fueran los que nos correspondían, ¡gracias a Dios solo confundía eso! Y la segunda es que para ellas no hay nada como una deliciosa taza de café o chocolate bien caliente (de esos que te queman la boca y cuando te quejas ellas reaccionan diciendo "ay tan flojo, tómeselo") para levantar el ánimo y agarrar calorcito si la mañana está muy fría. 

¿Qué más puedo decir? Que quizá...si lo pensamos bien, nuestras mamás puede que tengan un temperamento templado y volátil, que sean...como decimos comúnmente, jodidas. Pero que tras cada regaño que nos pueden dar, más allá de amargarnos el rato, está la noble intención de que seamos mejor, no perfectos...porque ningún ser humano lo es, pero sí que seamos mejores personas. 

Entiéndanlo, por muy mayorcitos que estemos, siempre seremos sus niños y lo seguiremos siendo para ellas hasta el día en el que nos falten. Por eso, disfrutemos al máximo con sus cantaletas a pesar de todo, pero más aún...con sus disparates, con sus ocurrencias y divertidas creencias que tienen y se pasan de mamá en mamá, entre ellas...allá con sus amigas mientras se toman el café de la tarde, por que son especiales...porque son irremplazables.