miércoles, 31 de agosto de 2011


“Maldita lluvia”

Eso fue lo primero que pensé. No siempre se cruza aquello por mi mente, ya que me encanta la lluvia. Sin embargo en esa ocasión lancé un improperio por lo bajo, entre dientes, como para que nadie me escuchara, aunque el lugar no estaba muy concurrido que digamos.

Dos chicos habían llegado en sus bicicletas, buscando refugio, después de una jornada de ejercicio. Se sentaron en medio de risas y camaradería. Ahhh ojalá yo también me hubiera podido reír así en ese momento. Habría sido posible si mi alma la hubieran cambiado por la de un payaso (con todo el respeto del mundo por los payasos) o hubiera alcanzado el nirvana o cosas así.

Pero, ni tenía el espíritu de un payaso, ni había alcanzado la ansiada paz interior, bueno, por lo menos no todavía. No había previsto la lluvia que a propósito caía torrencialmente, así que ni chaqueta ni bufanda para poder calentarme. De mal humor me abracé tratando de aumentar mi temperatura, pero el chocar de mis dientes me indicaba que estaba alejada de eso.

Por el momento no necesitaba más frío, ya era suficiente con el hecho de haber nacido en invierno, con una lluvia que por su gélido viento, entraba por los poros como alfileres hasta los huesos. Mientras miraba hacia el cielo sentí como si todo ello fuera una película (acá entra la propaganda tipo TNT) Para terminar de adornar el “pastel” nada como una pieza de Chopin, Notturno in Do minore (lo recomiendo, una de mis favoritas)

La lluvia no cesó sino hasta pasada la hora. Durante ese tiempo,para distraerme, porque ya empezaba a sumergirme en esa terrible sensación de eternidad acompañada de fastidio, me dediqué a recordar cuando armaba barquitos de papel para que se fueran con el agua que corría lamiendo las aceras y las calles como si fueran pequeños riachuelos.O cuando saltaba sobre los charcos que se formaban. Así, a parte de la gripe, me daba una mojada de lo lindo, pero he ahí el detalle, era algo sencillo, loco tal vez, pero muchas cosas buenas y valiosas de la vida se esconden tras aquellos pequeños detalles.

En esos momentos sonreía, como si no hubiera mañana, como si nada más importara. En esta ocasión me había levantado con el pie izquierdo como dicen. Hilando pensamientos me di cuenta de que crecemos con la idea de que la seriedad debe ser la representación nº 1 de la adultez y de que los problemas de cada día como las cuentas y todo ello deben ser los agobios en los cuales hay que sumergirnos y por ende lo normal. El hecho no es no preocuparse, la cuestión es, como dice el escritor Fabio Martínez: “Hoy a la miseria humana le llaman vida”

Aprender a reír más, a disfrutar como cuando éramos niños, en pocas palabras, refrescar la vida. Después de que pasó la lluvia disfrute del aire a humedad, del aroma a tierra. Me tomé el tiempo suficiente para cerrar los ojos e inspirar. Quizá, recaerían sobre mí miradas escépticas, pero no importaba, estaba recordándome la importancia de vivir el presente a todo dar, sin importar qué y en ese instante anhelaba por papel para hacer barquitos y saltar en los charcos. Al final, el deleite era máximo, sin necesidad de intercambiar mi alma por la de un humorista, un payaso o concentrarme en posición para meditar, simplemente aprender a valorar cada instante.